domingo, 17 de octubre de 2010

El Che me decía Guajiro


  
Casa en Sancti Spíritus donde Bermudez se
reunió con la heroina Melba Hernández del Rey

Como a tantos adolescentes de su época, a Carlos Bermúdez Rodríguez la vida le exigió trabajar para ayudar en el sustento de la familia; por eso tuvo que abandonar su natal Placetas en 1952, cuando aún no contaba 20 años de edad, y marchar a La Habana en busca de empleo.
“Me puse dichoso porque un amigo de mi padre me ayudó y pude empezar en una tenería en Regla”.
   Pero el empleo duró poco. El 10 de marzo de 1952 no asistió al centro laboral por participar con miembros del Partido Ortodoxo en una manifestación contra el Golpe de Estado dado por Fulgencio Batista ese día.
   Las ideas revolucionarias del joven facilitaron su contacto con un grupo de asaltantes al Moncada. “Cuando Haydée y Melba salieron de la cárcel les ayudé en la distribución del histórico alegato La Historia me Absolverá, de Fidel. Así fui conociendo a otros valiosos compañeros con quienes compartía su pensamiento”.
   Cada día la lucha iba tomando mayor auge y él se enrolaba más en ella hasta que en marzo de 1956 Faustino Pérez, Pedro Miret y otros miembros del Movimiento 26 de Julio le proponen viajar a México, a fin de prepararse en el exilio y tomar parte de la futura expedición que vendría a Cuba con el propósito de acabar con el régimen de ignominia a que estaba sometido el país.
   “Llegué a la tierra azteca a bordo del barco italiano Francisco Morossini. Llevaba una carta para Fidel a quien debía ver en la casa de María Antonia, pero Raúl me recibió junto a otro compañero que hizo el viaje conmigo sin saber que teníamos en mismo destino. Fui conducido a la vivienda marcada con el número 5 en la Avenida Insurgente. Inmediatamente comencé la preparación. Al principio hacíamos largas caminatas en el Distrito Federal porque no había recursos para otro tipo de entrenamiento, pero luego se fueron adquiriendo y comenzaron los ejercicios en un gimnasio, prácticas de tiro, etc”.

EVOCACIÓN DEL GUERRILLERO HEROICO
   La extracción de una pieza dental le provocó una hemorragia, por lo que Fidel lo visitó y le manifestó que hablaría con un médico que formaba parte del grupo.   
   “Entonces se presentó ante mí un hombre de acento argentino. Conversamos un rato. Trataba de saber mucho de Cuba; me preguntó de dónde yo era, y le respondí que de un pueblito llamado Placetas en la provincia de Las Villas. ‘Ah, tú eres guajiro’, me expresó mientras esbozaba un discreta sonrisa. Desde ese momento siempre el Che me llamaba con ese apelativo.
   “Él vivía con su esposa Hilda Gadea y su pequeña hija, Hildita. Un día me pidió que lo acompañara a su casa. Cuando llegamos Hilda percibe que su traje estaba roto, le dio dinero para comprar otro, pero él no aceptó. Ella, con sagacidad, se lo puso dentro de un bolsillo.
“Nos fuimos y al percatarse de que portaba el dinero me invitó a ir a una librería. Solicitó varios libros. La dependienta le dijo que podía adquirir otro gratis dada la cantidad de textos comprados. Tomó  Reportaje al pie de la horca, de Julius Fucik, y me lo obsequió.
   “En jarana él decía que si caíamos prisioneros tenían que darnos una galleta para que habláramos y dos para dejar de hacerlo, por eso en la dedicatoria que me hizo en el libro puso con fina ironía: Al Guajiro de tres galletas, una para que empiece a hablar y dos para que se calle”.

LA GRANDEZA DE FIDEL
   Bermúdez habla de Fidel con gran devoción. Hay dos momentos en su vinculación con el máximo líder del movimiento revolucionario que nunca ha olvidado.
   “La primera vez que aquilaté su grandeza fue en México. Cierto día un compañero al conocer la muerte del asesino Rafael Salas Cañizarez, coronel jefe de la policía batistiana, se dejó llevar por sus sentimientos y dijo que era una lástima su fallecimiento porque lo ideal hubiese sido haberlo arrastrado por la calles de La Habana para que pagara sus crímenes.
   “Fidel se enteró de la expresión del compañero y una madrugada se apareció a la casa donde estábamos. Todos nos levantamos para conversar con él. Esa noche dio una magnífica clase de humanismo, con su poder de convencimiento nos conmovió a todos. Sin reprimir aquel comentario explicó minuciosamente los objetivos de la Revolución después del triunfo. Habló de la Reforma Agraria, de la Reforma Urbana y del papel de los Tribunales Revolucionarios. Manifestó que estos eran para aplicar justicia y no venganza. Es una lástima que sus palabras no quedaran grabadas.
   “La otra ocasión en que aprecié su extraordinario sentido humano  fue a bordo del Granma, cuando cayó al agua Roberto Roque. Decidió no irnos hasta rescatarlo. Durante un buen rato estuvimos buscándolo, incluso eso ponía en peligro la expedición porque se retrasaba la misma y se agotaba el combustible, pero Fidel insistió e insistió hasta que rescatamos al expedicionario. Algunos pensaban que debíamos seguir, pero él no se daba por vencido como en tantas oportunidades en que ha tenido que poner a prueba su perseverancia”.
   Después del bautizo de fuego en Alegría de Pío donde ocurrió la dispersión de los expedicionarios varios de estos se reúnen en los días sucesivos con Fidel gracias a la labor desempeñada por los campesinos de la Sierra Maestra. En ese grupo se encontraba Bermúdez, quien había sufrido una luxación en la cadera. Su dificultad para caminar hizo que el Comandante en Jefe se interesara por su estado de salud.
   Al explicarle lo sucedido Fidel decidió enviarlo a La Habana para que hiciera contacto con los dirigentes de la lucha clandestina. “Inmediatamente hablé con Faustino, que se encontraba en la capital organizando el movimiento. La primera tarea que cumplimos fue la de facilitar el acceso a la Sierra de un periodista extranjero para que diera a conocer al mundo la existencia de la guerrilla y que desmintiera la información del ejército de que Fidel había muerto. Así enviamos al famoso periodista norteamericano Hebert Mathews, quien publicó la noticia en The New York Times”.
   La lucha en la ciudad se hacía cada vez más difícil para quienes  tenían esa misión, por ello este combatiente clandestino, con el seudónimo de Joaquín, entre otros nombres, viajó varias veces a Sancti Spíritus en 1957 y 1958.
   “Cuando La Habana se me ponía chiquita venía a Sancti Spíritus  y me escondía en la casa de un tío mío en el reparto Las Olivas (hoy Los Olivos). Siempre encontré en esa ciudad un refugio seguro y me sirvió de punto de contacto. Recuerdo que una vez recibí allí a Melba Hernández que iba para la Sierra. Estuvimos conversando sentados a la mesa del comedor y me dio instrucciones sobre varios planes”.
   Ha pasado más de medio siglo desde aquellos días; Bermúdez retorna a Sancti Spíritus para apreciar el desarrollo de la obra de la Revolución en este territorio, ocasión que aprovechamos para dialogar con él a fin de que las nuevas generaciones conozcan a sus héroes, esos hombres y mujeres de carne y hueso que han hecho tanto por el porvenir de la Patria, y puedan beber de esa rica fuente histórica.
   Con prodigiosa memoria rememora anécdotas de la guerra y del triunfo. Siempre en él están presentes el Comandante en Jefe y el Comandante de América. Con este último también trabajó después de la victoria del Primero de Enero de 1959.
   “Le dije al Che que yo era analfabeto, que no podía desempeñarme en un cargo que me propuso cuando él estaba al frente de la industrialización en el INRA. Me dijo: ‘Está bien, entonces voy a buscar a un batistiano para esa responsabilidad’. No quedó más remedio que afrontar la tarea.
   “Me puso un maestro para que me enseñara. En una oportunidad citó a varios compatriotas y en un acto les entregó el carné del Partido. Me sentí algo triste porque yo no estaba entre ellos. Pero me lo otorgó cuando aprendí a leer y escribir. Así era él de inteligente y exigente, pero con un gran sentido del concepto de revolucionario”.




 



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